Infancia

UN CAMBIO EN LA ESCUELA
Un día, por la mañana, al llegar al colegio, había mucha más gente. Se multiplicó el número de niños que asistían a la escuela; ya no éramos 18 o 20, ahora, en cada clase éramos 25 por lo menos, y además ¡habia dos clases de cada curso! Cuesta mucho asimilar por unos niños que toda su vida, corta todavía, sí, pero era toda su vida, habían visto la escuela de una forma y la tenían que aceptar de otra. Para mí supuso un momento de miedo, de vértigo. Además venían ...¡llamándonos cabras!. Después, me di cuenta, de que no nos insultaban, era una forma de rebeldía contra un sistema educativo que los había sacado de sus casas, de sus entornos, de sus costumbres, de sus pueblos y los había obligado a ejecutar esta invasión sin sentido, fruto del envejecimiento y  la despoblación inevitable de la zona. Nos creímos victimas, pero realmente esa sinrazón fue mucho más dolorosa para ellos. Por eso, como ayerbense de la época, me gustaría pedir disculpas a esos pobres invasores que sufrieron más que los que los recibimos. En aquel momento no supimos entenderlos, no comprendimos que su tragedia era mayor que la nuestra.
Menos mal que de aquel mal trago de la infancia ha salido algo bueno y, a pesar de todo, supimos hacer  amigos entre los que llegaron. Tanto es así que algunas de estas amistades todavía perduran después de casi cuarenta años. Afortunadamente, como decía un profesor mío de la universidad, todos los niños aprenden, a pesar de los adultos.